miércoles, 4 de mayo de 2011

Carta de Ultramar



Estimado Winston.

A raíz de tu comentario a los acuerdos de Schengen, se me ocurrió tomarme el atrevimiento de hacer yo mismo algunos comentarios sobre lo que sentí en España respecto del tema inmigración. Ante todo sentí sorpresa, porque jamás pensé que las cosas fueran como las pude ver. Luego decepción, porque en Argentina nos habían “vendido” otra realidad. Si era tan difícil entrar en Europa (y en particular en España) ¿Porqué y de dónde venía esa gente que a todas luces no contaba ni con un antepasado español? ¿Y porqué era tan difícil para los argentinos que en definitiva sólo hacían un camino inverso al de sus antepasados entrar en Europa, habiendo entrado muchos millones de personas de otras razas y de otras culturas, siendo que la demografía está en contra y no justamente a favor de Europa?

Y conste que para nada me interesa defender a los argentinos que van a buscarse a vida a España, porque a la gran mayoría los mueve un criterio económico del todo ajeno a mis reflexiones, pero jamás aceptaré que no seamos de sangre europea quienes objetivamente lo somos, aunque nuestro destino de criollos sea propio y particular, además de irrenunciable. Ahora, irónicamente crisis de por medio, no sólo están volviendo los que se fueron, sino que ya hay españoles radicándose en Argentina. Enhorabuena.

Lo cierto es que tomando un bus de Zaragoza a Madrid, era el único “cara pálida” a bordo. El único “europeo” (con perdón) que al pasar por Medinaceli podía pensar en Pound o en el Cid, emocionado aún sin poder conocer ese mítico pueblo, distante a unos cuatro kilómetros de la ruta, si mal no recuerdo. Pero esta es una anécdota. Volvamos al tema central.

Fui a España con mi orgulloso pasaporte italiano en el bolsillo (¡Salve Roma aeterna!) pero los amigos me decían: -“mira hombre, si te fueras a quedar en España, te convendría olvidarte de ese pasaporte y pedir las ventajas de un inmigrante”. Pero yo no iba a quedarme, y pese a que con criterio económico muchos españoles no hacen diferencias entre la sangre europea y una que no lo es, prefiero compartir el destino glorioso de las últimas legiones de ultramar, y si se me permite el neologismo, considerarme un romano criollo.

Tardé unos días en comprender la situación que me rodeaba, pero finalmente no variaba demasiado de la existente en mi país, aunque creo que las clases medias argentinas tienen menos complejos a la hora de defender lo que creen suyo. Acusarnos de nazis sería aquí mucho más difícil que en España, ya que el criollismo es un concepto mucho menos racial que cultural, y sería muy poco creíble endilgarle a un criollo amor a la esvástica o al germanismo. Siempre nos hemos movido con otros criterios y en otra realidad.

El tema es que tuve la devoción de acercarme a nuestros antepasados y a la Europa de ultramar que llevo dentro del alma y que motiva de uno u otro modo todos mis escritos, la Europa anterior que trajeron a este continente los nuestros desde hace siglos ya no estaba por ninguna parte. No podía hablar de ella con europeos cegados por la inmigración desde un punto de vista estrictamente económico, lo que equivale a decir materialista, lo cual me descolocaba, aunque a todas luces nada tengo yo que ver con los inmigrantes que llegan cada día a Europa desde los países árabes, desde África o Ecuador. Esos inmigrantes están cómodos y protegidos y a los europeos actuales a lo sumo los mueve (no los poetas como decía José Antonio) sino el terrorismo económico. Yo no pertenezco a los unos ni a los otros. Yo buscaba eso que buscan los que no se resignan a una tan pobre realidad. Buscaba a Europa como criollo, como romano, como un hombre de ultramar que custodia en las mágicas lejanías de una ciudad mítica llamada Buenos Aires, un bellísimo grial traído en los corazones y en las bodegas de los barcos. ¿Quién será hoy digno de tan preciado legado? ¿Quién comprenderá la dimensión eterna de lo que buscamos?

Buenos Aires, otoño de 2011
Juan Pablo Vitali

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