lunes, 25 de enero de 2010

¡Qué puedo hacer yo!


¿Cuántas veces hemos oído esto? Normalmente entonado como un lamento, la realidad nacional apesta y el ciudadano de a pie, aplastado por los engranajes del estado, la banca y los medios de comunicación, se siente impotente y cree que salvo la estéril protesta en la sobremesa dominical con la familia, poco o nada puede hacer.

Los mismos bancos que se muestran implacables a la hora de cobrarle un pequeño descubierto en su modesta cuenta, perdonan millones de euros alegremente a los partidos políticos, de los que por supuesto nada esperan a cambio, y el ciudadano se lamenta ¡Qué puedo hacer yo!

Los mismos empresarios que no contratan a su hijo en paro porque prefieren contratar mano de obra barata importada de cualquier lugar del mundo, reclaman sin ningún pudor que se consuman sus productos porque son productos españoles, y el padre de familia, ante esta burla, se lamenta ¡Qué puedo hacer yo!

Sindicatos con niveles ínfimos de afiliación apoyan desvergonzadamente al gobierno que ha convertido España en la mayor fábrica de parados de Europa a cambio de suculentas subvenciones, y el parado español se lamenta ¡Qué puedo hacer yo!

Los tenderos de nuestros barrios ven aterrorizados cómo los demás comercios de su calle van cerrando uno tras otro, y ellos mismos no saben cuánto tiempo podrán resistir la competencia desleal de comercios regentados por ciudadanos orientales y por las grandes superficies de capital extranjero, y se lamentan compungidos ¡Qué puedo hacer yo!

Pequeños y medianos empresarios de sectores como el del calzado o la industria juguetera que han ido cerrando uno tras otro, porque sus productos realizados con el orgullo del trabajo bien hecho y unas elevadas calidades se han visto arrasados por manufacturas de ínfima calidad y producidos por mano de obra pseudo esclava con la que resulta imposible competir sin que a nadie parezca importarle, se lamentan ¡Qué puedo hacer yo!

¿Qué tal si para empezar sustituimos las admiraciones por interrogaciones? Empecemos por preguntarnos seriamente ¿Qué puedo hacer yo? Dejémos de comportarnos como muñecos de trapo que inertes se ven arrollados por un tren de mercancías.

Lo primero que necesita esta sociedad es que despiertes de una puñetera vez, porque tu letargo victimista y tu pasividad no están exentas de responsabilidad en todo lo que está ocurriendo.

Puede que un día, cuando ya nada tenga remedio, tu hijo te pregunte ¿Por qué no hiciste nada? Puede que con la mirada gacha le contestes ¡Qué podía hacer yo!

¡¡¡Qué podías hacer tú!!!

¿Por qué seguiste votando a los representantes de un bipartidismo que nos empujó al abismo? ¿Por qué no los mandaste al paro? ¿Por qué elección tras elección, durante años, has llamado a tu voto "voto útil" si para lo único que está siendo útil es para autodestruirnos?

¿Por qué no tomas conciencia de los problemas generales y actúas de forma local como corresponde a un ciudadano responsable?

Te quejas de que a tu hermano, magnífico pintor de brocha gorda con quince años de experiencia, le falta el trabajo porque la gente prefiere a un ecuatoriano chapucero que se ha comprado un par de brochas y un rodillo hace tres meses y cobra la mitad, pero cuando se rompe un grifo en tu casa también llamas al extranjero de turno.

Te quejas de que no contratan a tu amigo del alma, todo un profesional de la hostelería con veinte años de experiencia, pero acudes alegremente a algunas de esas grandes cadenas de cafeterías que tienen un 80% de personal extranjero.

Te quejas de la bazofia televisiva pero sigues engrosando sus índices de audiencia ¡Apágala! Puede que descubras que más allá de la televisión hay vida inteligente.

Desengáñate y abre los ojos, no eres una mera víctima de cuanto pasa a tu alrededor. Mientras no cambies de actitud serás un cómplice necesario de todo cuanto está ocurriendo.

Me gustaría terminar con una conocida cita de Edmund Burke:

"Para que el mal triunfe basta con que los hombres de bien se queden cruzados de brazos.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario