jueves, 15 de octubre de 2009

Más Aristóteles y menos soñar.

La izquierda siempre ha tenido la convicción de que la realidad no debe estropear una buena idea y de esta forma se dedican a soñar despiertos con un mundo que más se parece a Disneyprogrelandia que al mundo real. Pero no contentos con esto intentan, además, imponer el fruto de sus alucinaciones al resto de sus congéneres, como si de realidades incuestionables se trataran.

Cuando uno estudia la historia de Egipto, la de la Grecia clásica o lee a Shakespeare, se da cuenta de que la naturaleza humana no ha cambiado desde que el hombre es hombre. Las mismas pasiones le siguen moviendo desde el principio de los tiempos: ambición, lujuria, celos... Desde que el hombre es hombre sus pulsiones son las mismas y ha reaccionado de forma similar a los mismos estímulos.

Por eso el estudio de la Historia es una disciplina fundamental, porque nos enseña a no repetir errores.

Y una de las últimas alucinaciones de la izquierda es la multiculturalidad. No importa que a lo largo de la historia la convivencia pacífica de dos pueblos de distintas razas, culturas o religiones, nunca se haya producido en paz durante un periodo prolongado de tiempo. No importa que estas situaciones siempre terminaran con la supremacía de un grupo sobre otro, normalmente acompañado de un baño de sangre.

Y no importa porque al progre de turno la imagen se le antoja hermosa y no le interesa que la historia nos enseñe que el experimento terminará de una manera dramática. Pero no contentos con ignorar la realidad, se atreven a descalificar a cualquiera que se la haga notar tachándoles de cerriles, xenófobos, racistas, casposos, etc.

Y de esta forma, inmunes a la crítica, a la experiencia, a la Historia y a cualquier razonamiento, nos empujan a un abismo cierto que sólo sus alucinaciones colectivas les impiden ver...

Aristóteles advierte contra la inmigración:

"La diversidad de origen puede producir también revoluciones hasta tanto que la mezcla de las razas sea completa; porque el Estado no puede formarse con cualquier gente, como no puede formarse en una circunstancia cualquiera. Las más veces estos cambios políticos han sido consecuencia de haber dado el derecho de ciudadanía a los extranjeros domiciliados desde mucho tiempo atrás o a los recién llegados.

Los aqueos se unieron a los trezenos para fundar Síbaris; pero habiéndose hecho éstos más numerosos, arrojaron a los otros, crimen que más tarde los sibaritas debieron expiar. Y éstos no fueron, por lo demás, mejor tratados por sus compañeros de colonia en Turio, puesto que se les arrojó porque pretendieron apoderarse de la mejor parte del territorio, como si les hubiese pertenecido en propiedad. En Bizancio, los colonos recién llegados se conjuraron secretamente para oprimir a los ciudadanos, pero fueron descubiertos y batidos y se les obligó a retirarse. Los antiseos, después de haber recibido en su seno a los desterrados de Quíos, tuvieron que libertarse de ellos dándoles una batalla. Los zancleos fueron expulsados de su propia ciudad por los samios, que ellos habían acogido. Apolonia del Ponto Euxino tuvo que sufrir las consecuencias de una sedición, por haber concedido a colonos extranjeros el derecho de ciudad. En Siracusa, la discordia civil no paró hasta el combate, porque después de derrocar la tiranía, se habían convertido en ciudadanos los extranjeros y los soldados mercenarios. En Amfípolis, la hospitalidad dada a los colonos de Calcis fue fatal para la mayoría de los ciudadanos, que fueron expulsados de su territorio”.

Aristóteles
La Política, Libro octavo:
Teoría general de las revoluciones: “Causas diversas de las revoluciones“.

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